Insignia identificativa de Facebook

lunes, 26 de julio de 2010

EFICIENCIA EDUCATIVA E IMPOSIBILIDAD DEL CÁLCULO ECONÓMICO


En manuales para formación docente se plantea que un buen curso es aquel que logra entre discriminar al 15% más hábil y al 15% más torpe de la población estudiantil. En otras palabras, quizás sobresimplificando el sistema, se plantea que un buen curso es aquel que logra un 85% de aprobados. ¿Pero por qué 85%? ¿Por qué no el 50% o el 100%? De hecho hay muchas instituciones de aspiraciones elitistas que se jactan de porcentajes de aprobación por debajo del 20%. Hay otras tantas que garantizan el éxito estudiantil. ¿Pero por qué dar la discusión en términos de “porcentaje óptimo de egresados”?

La verdad es que no existen criterios objetivos para aceptar tal o cual número. 85% es tan arbitrario como 15%. La elección de esa cifra está dada por factores emocionales principalmente y por emulación (u oposición) en segundo lugar. La mayoría de las instituciones, indudablemente impulsadas por motivaciones “humanistas”, consideran que una evaluación justa es aquella que garantice un porcentaje de aprobación mayor al 50%. Esto es, la mayoría debe salvarse. Luego entra en juego el factor emulación, cuando la universidad AEB se compara con la prestigiosa universidad XOU, de un perfil ideológico similar al propio. Si la universidad XOU muestra porcentajes de aprobación del orden del 80%, eso será lo que se fije AEB como ideal. Por otro lado, una universidad de perfil “clasista”, cuyo objetivo es seleccionar y segregar, considera que la justicia está en que llegue a la meta una minoría de la población. Sospecho que toman como aceptable un porcentaje similar a la cola de las universidades humanistas, pero ubicándose en el extremo opuesto de la escala intelectual. Especulo que la idea subyacente de la universidad MKL es: si XOU aprueba al 80% de sus estudiantes, eso quiere decir que hay un 20% de indeseables y si la distribución de la población es simétrica, será también 20% el número de los privilegiados.

Aclaro que no necesariamente la universidad MKL debe ser privada. Existe una enorme cantidad de instituciones públicas que tienen un perfil clasista meritocrático, en cierta forma alineándose con el ideal platónico del rey filósofo.

El origen de toda esta ambigüedad en qué se considera EFICACIA o EFICIENCIA en una institución educativa, deriva directamente de la ausencia de un sistema de precios en la educación.

En todos los países del mundo la educación es regulada gubernamentalmente, tanto en los contenidos como en los procesos de enseñanza-aprendizaje. Todas las universidades aplican los mismos métodos para enseñar los mismos contenidos, con más o menos recursos, con mayor o menor acierto. Es natural entonces que la reputación de una institución (y por tanto su acceso a recursos económicos) sea medida en términos de eficacia de selección o eficacia de formación. Si la institución cree que su cometido más importante es seleccionar a los más aptos, será del tipo MKL, pero si cree que su fin es formar será del tipo AEB. La institución XOU es típicamente una gran universidad pública que logra prosperar, pese a sus errores, gracias a masivas inyecciones de dinero desde el gobierno central que cubren las ineficiencias de su proceso.

El problema con estas concepciones es que en realidad son complementarias y no excluyentes. Una institución educativa (particularmente una universidad) debe al mismo tiempo formar y seleccionar. No se trata de elegir a aquellos que cuentan con virtudes innatas para determinados puestos, sino de que cualquier persona pueda formarse en su área de interés y determinar si logra cumplir con las funciones sociales correspondientes. Cabe referirse exclusivamente a las funciones sociales porque son aquellas para las que se requiere la certificación institucional, que luego sirve como salvoconducto permitiendo al portador el ejercicio de tales funciones. En el ambiente actual, la institución clasista cree que cumple mejor su función al brindarle un valor superior a su certificación, mientras que la institución humanista cree que su mejor función es certificar al mayor número de personas. Ambas instituciones confunden evaluación con formación y certificación con conocimiento. Cuando AEB se fija explícitamente como meta formar más personas, lo que hace implícitamente no es más que otorgar más certificaciones. Cuando MKL dice que evaluará de la forma más estricta a sus estudiantes, lo que hace es formar peor y certificar menos.

Si el mercado de la educación fuera completamente privado y desregulado, no existiría tal confusión. La institución MKL, de aspiraciones elitistas, buscaría que el valor de mercado de su certificación fuera de los más altos. Sin embargo, eso tendría que justificarse con los ingresos de las cuotas de sus estudiantes para lograr el equilibrio financiero. En una primera instancia sus evaluaciones se harían menos estrictas mientras el valor de mercado de la titulación decae. Si permanecen fieles a su propósito de ser altamente selectivos, deben recuperar el valor de la titulación al darle una mejor formación a los estudiantes, aunque manteniendo el porcentaje de aprobados. La formación de los estudiantes de MKL mejoraría al mismo tiempo que iría haciéndose más estricta la evaluación y se mejora el precio de la certificación. Por prueba y error, se llega a un punto aceptable (nunca óptimo dado el dinamismo del mercado que altera los equilibrios) en el que la empresa educativa MKL asegura su supervivencia mientras cumple con su objetivo de certificar solamente a los mejores profesionales.

La institución AEB seguramente pasará por un proceso inverso, perdiendo precio para su certificación en un primer momento, luego perdiendo alumnos, intenta recuperarlos mejorando el valor de su certificación, para eso mejora las evaluaciones y finalmente busca el equilibrio entre la formación y la evaluación en términos de número de egresados. Qué tan bien forme y qué tan estrictamente evalúe dependerá de lo que tenga sentido económicamente.

Con un sistema de educación privado y desregulado, las instituciones se fijarían cada una sus propios parámetros de excelencia, de acuerdo a la función social que creen cumplir. Luego cada persona elegirá la institución a la que asistir dependiendo de si tiene más sentido en su caso particular una formación más acotada o más superficial y un título de menor valor o mucho más esfuerzo para tener una mejor formación y un título más prestigioso.

En cierta forma, esto último ocurre actualmente cuando las personas eligen entre distintas carreras (en vez de elegir instituciones certificadoras) y nadie se horroriza por eso.




* Por más detalles sobre los problemas de la ausencia de precios ver Ludwig Von Mises, "Economic Calculation in the Socialist Commonwealth"